lunes, 9 de marzo de 2009

Todo por la sardina.

Un día como otro cualquiera, estábamos sentados en el patio sin saber qué hacer. De pronto, Ana nos contó algunas anécdotas, a todos nos parecieron muy divertidas e interesantes, y empezamos a contarnos cosas que nos habían pasado.

Pasaba el tiempo y lo único que hacíamos era reír y reír, de ver lo patéticos que pudimos parecer en muchísimas situaciones.
Una de las que contó Toni nos hizo mucha gracia a todos.
<Su padre no hacía más que gritarle: << ¡Toni! Espabila que a este paso no conseguiremos ni medio kilo de pescado.>> o cosas así.
Cuando consiguieron instalarse en el lugar acordado, empezaron con los preparativos típicos de una jornada de pesca: cañas, anzuelos, cebo, etc… Entre tanta serenidad, algo llamó la atención de Toni:
Por un momento, su abuelo se quedó embobado mirando unas sardinitas que pasaban por su lado y cogió una sin herirla. Estuvo contemplándola una media hora. Se había enamorado. El abuelo se despidió de la sardina y siguió con la pesca. Toni, creyendo que podía hacer lo mismo que su abuelo sin problema, volvió a cogerla con la mano y la retuvo hasta que murió. Él, todo orgulloso se la enseñó a su padre. El abuelo le cogió la sardina, la miró bien y empezó a hacer pucheritos, Toni le preguntó:
-Abuelo, ¿te encuentras bien?
-Tú… ¡tú has matado a mi sardina!
-¿Qué? No entiendo nada…
-Esta sardina era mía y ahora tú la has matado.
-Abuelo, por favor, hay miles de sardinas por el mundo, ya encontrarás a otra.
-Ésta era diferente. Yo quería ESTA sardina.
Y se echó a llorar…
Toni y su padre se quedaron muy sorprendidos por la reacción del abuelo, el padre intentó consolarlo y Toni le pidió disculpas.
El abuelo no volvió a abrir la boca en todo el día, estaba muy triste.
Al llegar al puerto, el abuelo quiso enterrar a “su amada” y así lo hicieron. Toni hizo un agujero y metió a la sardina dentro. El abuelo dijo unas palabras en su honor, con la voz entrecortada por la profunda amargura de la que era preso y enseguida rompió a llorar.
A Toni le entristecía ver así a su abuelo e intentó no reírse, pero al llegar a su casa se lo contó a su hermano mayor y ninguno de los dos pudo contenerse, al imaginar a su abuelo enamorado de una bella sardina de lindas escamas plateadas. El padre de estos, se lo contó a su mujer, que tampoco pudo parar de reír en días. >>
Cuando nos dimos cuenta, ya eran casi las 3, comimos a toda prisa, subimos a clase y al acabar, nos fuimos a casa pensando en la sardina que nos hizo sonreír durante días.

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